- Para qué hacer terapia -

Todas las personas convivimos con un cierto grado de bloqueos, de cambios anímicos, de ansiedad o de cualquier otra forma de sufrimiento psíquico. Ello también hace parte de la vida. Asumir nuestras limitaciones es para cualquiera un ejercicio continuo e innegociable.
Por ello vivir pasa necesariamente por aprender a manejar nuestras dificultades y nuestros malestares. Porque cuanto mejor lo hagamos mayor será nuestra sensación de paz, nuestro nivel de satisfacción, nuestro balance de bienestar.
En esa tarea sin fin hay veces que bien nos valemos por nosotros mismos. Otras contamos con aquellos a los que queremos y que nos cuidan. Y con ello nos basta para restaurar nuestro equilibrio.
Pero en ocasiones nos sentimos perdidos y desamparados y es ahí cuando decidimos acudir a terapia. Vamos en busca del precioso apoyo que nos ofrece.
Hacer terapia es el proceso de aprender a convivir de la mejor de las maneras posibles con los sufrimientos que arrastramos hasta que, llegado el momento, de ellos solo queden los valiosos aprendizajes que finalmente desencadenaron. Allá empieza y ahí se cierra el ciclo.
Vamos a terapia con la esperanza de recuperar nuestro equilibrio emocional, de poder dotarnos de un lugar adentro tranquilo y confortable, de encontrar un lugar afuera que nos llene y en el que nos sintamos queridos, de hacer de nuestra experiencia algo que para nosotros tenga sentido.
Llegamos con la esperanza y nos vamos agradecidos.
Todos pasamos por momentos mejores y peores, mas felices y mas tristes, momentos de mayor y menor satisfacción con nosotros mismos y con las vidas que llevamos. Nuestros sentimientos y nuestros estados de ánimo son cambiantes y de hecho es así como debe ser. Somos atravesados por nuestras distintas realidades y por tanto estas nos afectan emocionalmente. A eventos alegres, sentimos alegría, y a eventos tristes, tristeza. Esto, que a simple vista parece una obviedad, en realidad esconde el secreto del discurrir interno de cualquier persona saludable: estar sintonizados con el mundo es una señal inequívoca de un buen equilibrio psicológico.
Es en el momento en que este intercambio armónico entre nosotros y nuestro entorno se interrumpe cuando comienzan los problemas. No hace falta aclarar que no pasa nada porque a veces nos sintamos algo desconectamos o distanciados de la realidad. Esos pequeños desequilibrios, aunque molestos, tampoco representan un impedimento mayor para seguir viviendo con normalidad. Pero al mismo tiempo conviene tener en cuenta una importante consideración: es tan verdad que no se puede esperar estar siempre en pleno contacto con nuestras vidas como que cuanto más lo estamos mejor es nuestro balance de salud y nuestra sensación de equilibrio mental y emocional.
En ocasiones, las personas experimentamos dificultades que van más allá de ser simples altibajos pasajeros, sino que constituyen tensiones que permanecen en nosotros e instalan en nuestro interior una desagradable sensación de desequilibrio y malestar. En Terapia Gestalt, decimos que nuestra salud está dañada cuando nos quedamos unidos a nuestro sufrimiento, cuando no podemos despegarnos de él y nos interfiere en el discurrir normal de nuestra actividad.
Desde el agotamiento provocado por un trabajo exigente hasta la dolorosa pérdida de un ser querido, son muchas y muy variadas las dificultades que nos pueden llevar a esta situación. La incertidumbre de un cambio, el desamor de una ruptura, las crisis de motivación, de identidad o de sentido. El aislamiento social, la pérdida de la confianza y la autoestima, los episodios depresivos, la presión de la ansiedad. Una forma dañina de relacionarnos, un delicado conflicto familiar, un problema económico que nos desborda o simplemente un malestar interior que no sabemos bien cómo explicar.
La terapia tiene como objetivo despegarnos de nuestros sufrimientos para retomar desde un lugar activo, novedoso y saludable el pulso vital de nuestra cotidianidad. Devolvernos al presente, volver a conectar con sus constantes, y lo hacemos aprendiendo a manejar nuestros malestares mediante el conocimiento de los mismos y el despliegue de las habilidades que nos permitan recobrar nuestro centro de gravedad.
Las adversidades nos enseñan mucho sobre quienes somos y sobre si hay algo en nuestras vidas que querríamos cambiar. Y solo cuando nos damos cuenta de nosotros mismos podemos ir haciendo camino en verdadera sintonía con nuestro presente, con lo que deseamos y con nuestro propia salud y bienestar.
La adolescencia es esa intensa y caótica etapa de la vida a medio camino entre la niñez y la vida adulta, en la que en su principio parecemos estar dejando de ser niños, y que en su final parece que no terminamos de ser adultos. Es una etapa no fácilmente delimitable, y tampoco resulta fácilmente definible.
En ella se abren nuevas ventanas a la vida: las primeras relaciones amorosos, la sexualidad, la intimidad, la autonomía, la libertad, el arte, la filosofía. En ella se suceden al interior de la persona un conjunto de cambios que serán clave para comprender su psicología, los cuales deberemos tener en cuenta si queremos tender puentes y acompañarlos con empatía y respeto a lo largo de esta compleja y vibrante fase de su desarrollo.
Estamos ante un período de constante cambio y exploración. Como adolescentes no sabemos bien la persona que somos al tiempo que vamos descubriendo la persona que seremos. Y lo hacemos buscando, alimentándonos de las personas que nos acompañan, y, sobre todo, probando y experimentando en todos esos nuevos territorios que se han abierto ante nosotros. En ese movimiento continuo y necesario nos vamos construyendo. Tenemos pues por delante la inmensa tarea de proveernos de una identidad, de aprender a regular nuestro mundo emocional, de darnos una conjunto de puntos de vista que nos sirvan de guía, de dotarnos de un lugar propio en el mundo, de establecer los vínculos de confianza entre iguales con los cuales sentirnos validados, queridos y acompañados.
En esta etapa, la familia como espacio de referencia e intimidad es sustituido por la amistad, la cual cobra una nueva y crucial dimensión. Si algo define la adolescencia es un genuino distanciamiento respecto de los padres, que es también respecto del niño que fuimos y que queremos dejar de ser. El vínculo afectivo entre iguales se convierte ahora en el soporte vital donde el adolescente se apoya para salir al mundo, en el espejo que le devuelve aceptación y reconocimiento y en el sostén fundamental para atravesar sus momentos de crisis y de malestar.
Son nuestros primeros pasos decididos hacia la autonomía, pero seguimos siendo adolescentes, y como tales, evidentemente dependientes. En esa relación contradictoria entre la libertad y la dependencia nos balanceamos. Como adolescentes, nos sentimos invulnerables, capaces de todo. Y al mismo tiempo, convivimos con la inseguridad y el miedo del que se sabe novato e ingenuo en el complicado mundo del aspirante a adulto. Por primera vez en nuestras vidas, percibimos la soledad de quien se tiene que dotar a sí mismo de aquello que necesita.
Por ello, la adolescencia es ante todo el gran reto de madurar. Para la Terapia Gestalt, madurar es fundamentalmente dos cosas: integración y responsabilidad. Dicho de otro modo, es descubrir quién se es y hacerse cargo de quién se es, lo uno mas lo otro, sin que pueda darse lo uno sin lo otro. Madurar es responsabilizarse de uno mismo, de lo que se desea y de lo que le viene. Para ello, el adolescente ha de atravesar el impasse de dejar de depender de otros adultos: ha de desarrollar sus propias estrategias y recursos para hacer frente y dar forma a la vida que irrumpe ante sí.
La terapia pone a disposición de la persona un vínculo seguro en que se puede apoyar para aprender a manejar sus malestares, encajar sus tensiones, desentrañar sus conflictos y sobreponerse a sus dificultades. Un vínculo que le pueda servir para desarrollarse como persona, donde explorar abiertamente sus afectos, expandir sus formas de pensar y de relacionarse, comprender aquello que le bloquea y cómo puede realizarse. Un espacio de confidencialidad en el que poder expresarse libremente sin miedo a ser juzgada o invalidada.
Es, en definitiva, un lugar donde apoyarse en su proceso de maduración, O lo que es lo mismo, en su proceso de ir dotando de significado a sus experiencias y construyendo una forma de ser mas completa, adulta y saludable. La finalidad de la terapia es siempre la madurez, pues cuanto mayor sea esta, mas facilidad tendrá para moverse en el mundo como persona independiente y para realizar por sus propios medios la vida que por sí misma decida tener.